martes, 13 de agosto de 2019

"Sinuhé, el egipcio"

Texto para realizar la actividad de clase


Mika Waltari. “Sinuhé, el egipcio” - 1945


- Tienes siete años Sinuhé –me dijo mi padre-, debes elegir una carrera.
- Quiero ser soldado –dije yo en el acto.
No comprendí su expresión decepcionada. Porque los mejores juegos de muchachos en las calles son militares; había visto a los soldados ejercitarse en la lucha delante de los cuarteles; había visto los carros de combate salir de la villa para hacer maniobras, con sus ruedas ruidosas. No podía existir carrera más brillante y honorable que la carrera de las armas. Un soldado no necesita saber escribir, y ésta era para mí la razón principal de mi elección, porque mis camaradas me habían contado cosas terribles sobre las dificultades de la escritura y la crueldad de los maestros (…).
Mi padre no debió de estar muy dotado durante su infancia, de lo contrario hubiera llegado a algo más que médico de los pobres. (…) Sabía cuán sensible y obstinado yo era, pero no protestó de mi decisión.
Pero al cabo de un rato pidió a mi madre una jarra vacía, entró en su habitación y vertió en ella vino ordinario.
- Ven Sinuhé –dijo llevándome hacia la ribera.
Yo le seguí sorprendido. En el muelle se detuvo para observar una barcaza de la cual unos hombres sudorosos, con la espalda encorvada, sacaban mercancías embaladas en telas cocidas. El sol se ocultaba detrás de las colinas sobre la Villa de los Muertos; nosotros estábamos cansados, pero los hombres seguían descargando, jadeantes los flancos y cubiertos de sudor. El capataz los excitaba con su látigo y, tranquilamente sentado bajo un toldo, un escriba iba anotando la carga.
- ¿Quisieras ser como ellos? –preguntó mi padre.
La pregunta me pareció estúpida y no contesté, pero miré a mi padre sorprendido, porque nadie podía querer ser como aquellos hombres.
- Trabajan desde primera hora del día hasta tarde de la noche –dijo mi padre Senmut-. Su piel está curtida como la del cocodrilo, sus manos son rudas como las patas del cocodrilo. Sólo por la noche pueden regresar a su cabaña de barro, y su alimentación es un trozo de pan, una cebolla y sorbo de cerveza agria. Ésta es la vida de los descargadores. Ésta es también la del labrador. Tal es la de todos los que trabajan con sus manos. Tal vez no los envidiarás.
Moví la cabeza y lo miré sorprendido. Yo quería ser soldado y no cargador o abrir surcos en la tierra, regar los campos o ser pastor mugriento.
- Padre –dije yo mientras andábamos-, la vida del soldado es bella. Viven en los cuarteles, comen bien y por la noche beben vino. Los mejores de entre ellos llevan una cadena al cuello aunque no sepan escribir. De sus expediciones traen botín y esclavos que trabajan por ellos y ejercen un oficio por cuenta de ellos. ¿Por qué no sería yo soldado?
Mi padre no contestó, pero apresuró el paso. Cerca de un depósito de inmundicias, en medio de un enjambre de moscas que revoloteaban en torno a nosotros, se inclinó para dirigir la mirada a una cabaña baja.
- Inteb, amigo mío, ¿estás ahí? –dijo.
Un viejo, lleno de mugre, con el brazo derecho amputado a la altura del hombro y cubierto por un trozo de tela roída por la grasa, salió apoyándose en un palo. Su rostro estaba descarnado y surcado de arrugas; no tenía dientes.
- ¿Es… es verdaderamente Inteb? –pregunté suavemente a mi padre, dirigiendo una mirada de pavor a aquél hombre.
Porque Inteb era un héroe, que había combatido en las campañas de Tutmosis III, el más grande de los faraones, y se contaban muchas historias sobre sus proezas y las recompensas que había recibido.
El anciano levantó la mano para hacer un saludo militar y mi padre le tendió la jarra de vino. Se sentaron en el suelo, porque Inteb no tenía ni siquiera un banco en su casa (…).
- Mi hijo Sinuhé quiere ser soldado –dijo mi padre sonriendo-. Te lo he traído porque eres el único superviviente de los héroes de las grandes guerras, a fin de que le hables de la vida magnífica y de las hazañas de los soldados.
- ¡Por Seth y Baal y todos los diablos! –gritó el viejo con una risa aguda y entornando los ojos para verme mejor-. ¿Estás loco?
Su boca desdentada, sus ojos apagados, el muñón de su brazo y su pecho arrugado y sucio eran tan espantosos que me refugié detrás de mi padre y le agarré por la manga.
- Pero… -dije yo temblando- el oficio de soldado es el más glorioso de todos.
- La gloria y el renombre –dijo Inteb, el héroe- es sencillamente estiércol, estiércol para alimentar las moscas. (…) De todos los oficios, el de soldado es el más horrible y miserable. (…) Mira, muchacho, este cuello descarnado ha sido adornado con quíntuples collares de oro. Con su propia mano el faraón me los puso. ¿Quién puede contar las manos cortadas que he acumulado ante su tienda? ¿Quién se lanzaba como un elefante enfurecido en medio del enemigo? ¡Yo, yo, Inteb, el héroe! Pero ¿quién me lo agradece hoy? Mi oro se ha disipado a los cuatro vientos del cielo, mis esclavos han huido o han muerto de miseria. Mi brazo derecho quedó en el país de Mitanni y desde largo tiempo hubiera muerto de miseria si no hubiese sido por algunas almas caritativas que me traen pescado seco y cerveza. Mi juventud huyó en el desierto, en el hambre, en los tormentos y en las fatigas. Allí se ha fundido la carne de mis miembros, allí mi piel se ha curtido, allí mi corazón se ha vuelto más duro que la piedra. Por esto mi vida ha sido un abismo mortal desde que perdí mi brazo. Y no quiero ni siquiera mencionar el dolor de las heridas y los tormentos causados por los cirujanos (…).
- Pero un soldado no necesita saber escribir –me atreví a murmurar.
- Tienes razón –dijo-, un soldado no necesita saber escribir, debe saber solamente combatir. Si supiese escribir, sería jefe y daría órdenes al más bravo de los soldados. Porque todo hombre que sabe escribir es capaz de mandar a los soldados (…). Por esto te digo, muchacho, que si quieres mandar soldados y conducirlos, aprende a escribir. Entonces los portadores de cadenas de oro se inclinarán ante ti y los esclavos te llevarán al combate en litera.

[Luego de esa tarde] abandoné mi sueño de ser soldado y no protesté cuando al día siguiente mi padre y mi madre me condujeron a la escuela.



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